Buenas razones para la vida en común
Ha pasado más de una década desde el 11 de septiembre de 2001. Más del doble nos separa ya de la caída del muro de Berlín, mientras que desde finales del 2008 estamos inmersos en una crisis económica y financiera cuyo desenlace todavía es incierto. Cada uno de estos acontecimientos ha tenido la fuerza de un comienzo, metiéndonos en situaciones inéditas en las que todavía nos cuesta orientarnos. Con el final de la modernidad se ha ido configurado una sociedad cada vez más globalizada, un «mestizaje de civilizaciones y culturas», en el que cuesta encontrar puntos de referencia absolutos, ideológicos y religiosos. Si en el siglo XX hemos asistido a una contienda sobre el humanum (expresión de Juan Pablo II) en la que el objeto de discusión era todavía identificable, hoy nos encontramos, por el contrario, frente a un fuerte extravío a la hora de comprender quién es el hombre en sí mismo. Esta pregunta sirve de punto de partida para una breve pero intensa reflexión sobre el papel de las religiones en la sociedad actual, sobre todo en relación con la política y la economía. El cristianismo, en un diálogo fecundo con las demás religiones, está llamado a ser protagonista determinante en la construcción de una sociedad plural en la que las diferencias no sean factor de disgregación sino que contribuyan a la «vida buena en la 'ciudad común'».